La gente no entiende qué implica haber pasado de ser el Distrito Federal para convertirse en la Ciudad de México. No tiene porqué entenderlo ya que nadie se lo ha explicado. Mucho menos se entiende la utilidad de la elección del Constituyente en la capital, marcado hasta ahora por la simple distribución de posiciones entre los distintos partidos y algunos anuncios de independientes, reales o supuestos, que resultan bastante difíciles de digerir.
Para que esas elecciones tengan sentido para la gente habría que hacerlas aterrizar en temas concretos, que es precisamente lo que más quieren evadir los partidos. Porque hay temas, por ejemplo, respecto a las libertades individuales, que muestran el verdadero pensamiento de cada partido, de sus candidatos o dirigentes. Uno de esos temas es el aborto: luego de una lucha política intensa el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, el derecho a abortar fue una realidad en la Ciudad de México, lo mismo que otras medidas muy importantes para la equidad de género o el derecho de las minorías, como es el de los matrimonios entre personas de un mismo sexo o el derecho a adoptar que éstos han logrado.
La lógica indicaría que sobre esos derechos adquiridos (de los cuales hay que reconocer que el gobierno de Miguel Mancera ha sido un impulsor y defensor absoluto) no puede haber retrocesos. Pues no es así: el PAN colocó entre sus constituyentes a Cecilia Romero, que hará de la penalización del aborto su leit motiv de campaña, al tiempo que el propio Ricardo Anaya ha insistido en que “el derecho a la vida” (un eufemismo para oponerse al derecho al aborto) será uno de los principios de la campaña panista para la constituyente. Muchos militantes del blanquiazul han advertido que, más allá de sus opiniones personales, centrar la campaña en el tema del aborto los llevará a un fracaso absoluto en una ciudad liberal como México.
El PRD, por su parte, ha puesto en ese tema el acento por la sencilla razón de que no sólo lo diferencia del PAN sino también de Morena. Si un triunfo puede esgrimir el perredismo (lejos de Morena) en la capital es el de la defensa de las libertades individuales, incluyendo el tema del aborto. Si hay un capítulo (y son muchos) que desmienten las convicciones de izquierda de Andrés Manuel López Obrador (y a todos les queda claro que, como dice su publicidad “AMLO es Morena”) es su desprecio por los derechos individuales, que desecha ante lo que llama derechos sociales: durante su gobierno se opuso no sólo a legalizar el aborto o el matrimonio entre personas de un mismo sexo, a avanzar en la equidad de género, sino que se negó siquiera a ablandar las leyes restrictivas en ese sentido. Los acuerdos que estableció en aquellos años López Obrador con el liderazgo de la iglesia católica y con otros sectores de poder se basaron en esa negativa (y en una exhaustiva política de liberalización de permisos de construcción, un relajamiento de las normas ambientales y en la inversión en segundos pisos en demérito del transporte público), reflejada en el rechazo a legislar respecto al aborto y los derechos de gays y lesbianas.
El PRD en los años de la hegemonía de López Obrador no logró siquiera que esos temas estuvieran en su agenda electoral, (pese a que eran principios fundacionales) y como cuenta Patricia Mercado en el libro "Una lección para todas" (con entrevistas que realiza Katia de Artigues con Patricia, Josefina Vázquez Mota y Cecilia Soto sobre sus respectivas campañas electorales), fue la negativa absoluta de López Obrador a abordar una agenda de género, de las mujeres y de las minorías sexuales lo que impidió que la actual secretaria de gobierno de la CDMX se sumara a la candidatura de López Obrador en el 2006.
El PRD debería ser mucho más claro y explícito al respecto porque a un mes de los comicios parece estar temeroso de reivindicar uno de sus mayores logros.
Otros temas que tendrán que ser abordados en la Constituyente es el relativo al de los servicios y su financiamiento, con un énfasis absoluto en el transporte público. Hoy la Ciudad de México, toda el área metropolitana en realidad, tiene unos de los peores servicios de transporte público de entre las grandes ciudades del mundo. Y no hay forma de avanzar en ello sin romper los enormes intereses que impiden que haya un transporte moderno, eficiente y limpio. El secreto está (como también en la contaminación) en poner el tema en manos de instituciones especializadas que vayan más allá de los partidos y sus coyunturas, pero todo depende del financiamiento: todo mundo reclama mejor transporte público o alternativas al Hoy no Circula pero ¿todo mundo estará de acuerdo en pagar por el transporte tarifas más competitivas o en canalizar a ello recursos fiscales que se tendrían que tomar de otras partidas o recaudar con base en impuestos especiales?
Esos son algunos de los grandes temas que tendrían que estar en el debate de la constituyente capitalina y que hoy están casi ausentes, porque nadie parece querer que se aireen públicamente.