El Presidente Peña llegó a Los Pinos con una relación tensa con el gobierno de Barack Obama, en parte porque se había divulgado en Washington que su administración no tenía interés en continuar con la estrategia de enfrentamiento al narcotráfico que había llevado adelante el presidente Calderón, e incluso se decía que quería llegar a un acuerdo con los narcos. No era verdad, pero lo que sí quería el nuevo gobierno era quitar de la opinión pública los temas de seguridad, algo que resultó infructuoso.
Por otra parte, se había tomado la decisión, en forma coincidente con la integración de las áreas de seguridad a la secretaría de Gobernación, de cerrar los múltiples canales que estaban abiertos en la comunicación entre las áreas de seguridad de Estados Unidos y las mexicanas para concentrarlas en un solo canal, que pasaría precisamente por Gobernación, por el Cisen. Quedó abierto otro canal: el que mantenía, desde el sexenio de Calderón, el nuevo secretario de la Marina Armada de México, el almirante Vidal Soberón.
No gustó nada la decisión en Washington. El 3 de mayo del 2013 escribimos en este espacio que “el New York Times pone en blanco y negro lo que por esa misma vía distintas agencias de seguridad estadounidenses han estado diciendo desde hace semanas. Existe descontento en la Unión Americana por la forma en que ha cambiado el esquema de colaboración en seguridad desde el inicio de la administración Peña”.
“No se trata, ni remotamente, —decíamos a seis meses de iniciada la administración—, que la cooperación haya desaparecido. Lo que ha ocurrido es que el Gobierno federal ha centralizado canales de comunicación y ha limitado seriamente la participación de agentes estadounidenses en ámbitos netamente operativos. El propio NYT ponía un ejemplo al respecto, decía que en el Centro de Control, el C4, de Monterrey se le pidió a los agentes estadounidenses que allí estaban que se retiraran, que no siguieran participando en tareas operativas. También relata que un alto funcionario mexicano le preguntó a los operadores de los equipos de control de confianza estadounidenses que operan en México, que cuándo se les aplicaría a ellos el polígrafo y las otras pruebas de control de confianza”. No se veía el esfuerzo mexicano como una responsabilidad compartida, con costos equivalentes.
Decíamos en mayo de 2013 que “la información de las agencias estadounidenses es muy importante pero no puede ser calificada como cien por ciento confiable. Es tan falible como cualquier otra. Y la colaboración entre organismos de inteligencia de los dos países, también debe tener márgenes, límites…En el pasado hubo hasta once (otros dicen que 16) canales de comunicación abiertos entre agencias y funcionarios para intercambiar información de inteligencia u operativa, canales que, además, tenían autonomía y que incluso generaban información contradictoria para y entre distintas dependencias mexicanas. La capacidad de operación no era menor. Hoy (estamos hablando del 2013, no tenemos cifras actuales) hay un poco más de 600 agentes estadounidenses, de distintas agencias, que operan en el país. Según fuentes involucradas en las negociaciones sobre estos temas, no se reducirá ese número, que en el Gobierno federal de todas formas consideran excesivo, pero la idea es que ya no aumente y que tampoco exista una participación activa en ciertas áreas operativas”.
Ese fue el desencuentro de inicio. Hubo avances y retrocesos al respecto y también se abrieron paulatinamente otros canales muy puntuales para el intercambio de información e inteligencia bilateral, aunque la relación se vio afectada por los largos meses en que no hubo embajadores ni en Washington ni en México.
En seguridad, dos hechos meten ruido: por una parte un cambio en la estrategia estadounidense respecto a los deportados que, vía acuerdos y negociaciones judiciales, reducen condenas de connotados narcos (de Osiel Cárdenas a la Barbie) a cambio de colaboración e información, misma que obviamente tiene como objetivo sus lazos en México. Y la segunda fue la fuga de “El Chapo” Guzmán, alimentada por toda la historia de Kate del Castillo y Sean Penn.
La campaña electoral en Estados Unidos y el recrudecimiento de la violencia en zonas de nuestro país obliga a poner nuevamente en el centro el tema de la seguridad. Es verdad que Trump quiere muros y rechaza el TLC, pero lo hace manipulando la presunta inseguridad de la frontera. Clinton, que conoció de primera mano los esquemas de colaboración con Calderón y con Peña, sabe que la relación es compleja y rica, pero no siempre ha confiado de lo que en materia de seguridad se puede hacer con México. Más allá de eso, y sobre todo si gana Clinton en noviembre, es una oportunidad por establecer de una vez por todas y con toda claridad, la colaboración e integración de seguridad con la Unión Americana en el largo plazo. No puede haber tantas idas y venidas, tantos cambios en apenas quince años, en un tema sencillamente estratégico.